En octubre volvemos nuestra mirada hacia la Madre del Redentor para pedirle que nos enseñe a caminar con Jesús, recorriendo en oración los misterios de su vida. El santo Rosario es el Evangelio rezado y meditado; es recordar que Dios se hizo hombre en el vientre de María, que nació en Belén y por nuestra salvación murió en la cruz, resucitó y envió al Espíritu Santo a la Iglesia. Es reconocer que nos dejó a María como Madre e intercesora. Es un precioso resumen de la historia de la salvación.
Si leemos la escena de la Anunciación, descubrimos a la Virgen orante, siempre atenta a escuchar y cumplir la voluntad de Dios. Ella nos enseña a saludar con reverencia al Altísimo, a sorprendernos ante sus designios y a recibir con humildad sus proyectos. Con estos sentimientos hemos de rezar el Rosario, la oración de los sencillos y de la familia cristiana. Así, esta oración se convierte en una conversación con María que nos conduce a la intimidad con su Hijo. Nos familiarizamos en medio de nuestros asuntos cotidianos con las verdades de nuestra fe, y esta contemplación nos ayuda a estar más alegres, a no perder la esperanza a pesar de las dificultades y a comportarnos mejor con quienes nos rodean (cf. Hablar con Dios, Tomo 7, pág. 268).
San Juan Pablo II decía que las circunstancias difíciles de la actualidad ayudan a dar un nuevo impulso a la propagación del Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. El Rosario ha sido propuesto muchas veces como oración por la paz. Al inicio de un milenio que se ha abierto con horrorosas escenas de destrucción y que ve cada día en muchas partes del mundo nuevos episodios de sangre y violencia, promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquel que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2,14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz (Cf. Rosarium Virginis Mariae,6).
En nuestro país, hoy más que nunca, necesitamos unirnos en oración por la paz y la reconciliación. Si es necesario el diálogo entre hermanos, más necesario es aún el diálogo con Dios, para que nos bendiga con una paz auténtica y duradera, que no se logra mediante la fuerza, sino a través del amor, la escucha atenta, la justicia y el perdón, despojándose de las armas físicas y simbólicas como las palabras hirientes o las actitudes que generan conflicto.
El Papa León XIV en el rezo del Rosario por la paz, nos recordó las palabras de Jesús a Pedro en el huerto de los olivos: «Envaina tu espada» (Jn 18, 11). “Desarma la mano y, antes aún, el corazón. La paz es desarmada y desarmante. No es disuasión, sino fraternidad; no es ultimátum, sino diálogo. No llegará como fruto de victorias sobre el enemigo, sino como el resultado de sembrar justicia e intrépido perdón.
Envaina la espada es la palabra dirigida a los poderosos del mundo, a quienes guían el destino de los pueblos: ¡tengan la audacia de desarmarse! Y al mismo tiempo es dirigida también a cada uno de nosotros, para hacernos cada vez más conscientes de que no podemos matar por ninguna idea, fe o política. Lo primero que hay que desarmar es el corazón, porque si no hay paz en nosotros, no daremos paz” (Papa León XIV, Rosario por la paz, 2025).
                
 
            
            
        
         



















































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