La comunidad cristiana es convocada cada domingo para celebrar su fe. En esta celebración tiene importancia fundamental la proclamación de la Palabra de Dios. Anunciar la Buena Noticia es la misión de todos los bautizados, y deber primordial de los sacerdotes. Ellos anuncian la muerte y resurrección de Jesucristo, llamando a la conversión y dando testimonio con la propia vida.
En la celebración eucarística el sacerdote presenta la Palabra como un signo portador de la gracia de Dios que nos llama a la contemplación y a la santificación. Por eso hoy se insiste mucho no solo en la lectura, escucha y aprendizaje de la Sagrada Escritura, sino también en la lectura orante de la Palabra divina. No asistimos el domingo a una clase de Biblia, a un culto vacío o a un acto sentimentalista donde desaparecen la fe y la razón. Vamos al encuentro con Dios, Él nos habla al corazón y nosotros lo escuchamos y respondemos.
Se hace presente la Palabra de Dios para indicarnos el camino que debe seguir la Iglesia en la construcción de una comunidad viva, acogedora y misionera. Este mensaje debe llegar a las situaciones humanas concretas; no podemos quedarnos en generalidades sin aterrizar e iluminar la vida de las familias y sus problemas, la sociedad y las condiciones de pobreza e injusticia, las esclavitudes que padece la humanidad, especialmente los jóvenes. A la luz del Evangelio encontramos respuesta a los grandes interrogantes que nos preocupan, porque sus promesas nos llenan de esperanza.
El Pueblo de Dios se reúne, ante todo, por la Palabra del Dios vivo, que con todo derecho hay que esperar de la boca de los sacerdotes. Pues como nadie puede salvarse, si antes no cree, los presbíteros, como cooperadores de los obispos, tienen como obligación principal el anunciar el Evangelio de Cristo, para constituir e incrementar el Pueblo de Dios, cumpliendo el mandato del Señor: Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura (Mc.16, 15). Los presbíteros, pues, se deben a todos, en cuanto deben comunicar la verdad del Evangelio que recibieron del Señor. Observando una conducta ejemplar deben anunciar el misterio de Cristo, predicando abiertamente, enseñando el catecismo cristiano, exponiendo la doctrina de la Iglesia, tratando los problemas actuales a la luz de Cristo e invitando a todos a la conversión y a la santidad (Cf. PO,4).
La homilía o predicación tiene un puesto especial en la evangelización, en la medida en que expresa la fe profunda del ministro que predica y está impregnada de amor. Las fuentes principales de la predicación son la Sagrada Escritura y la liturgia, no puede basarse en otras doctrinas, ideologías o manifiestos políticos que, en vez de fortalecer la fe y unir al pueblo, lo dividen y confunden. Por eso se espera que la predicación sea sencilla, clara, directa, acomodada, enraizada en la enseñanza evangélica y fiel al Magisterio de la Iglesia, animada por un ardor apostólico equilibrado que le viene de su carácter propio, llena de esperanza, fortificadora de la fe y fuente de paz y de unidad. Muchas comunidades, parroquiales o de otro tipo, viven y se consolidan gracias a la homilía de cada domingo, cuando esta reúne dichas cualidades (Evangelii Nuntiandi, 43).
