El sábado 24 de mayo, fue un día de fiesta para las familias azuayas. Todos nos reunimos en el parque de Miraflores para celebrar el Jubileo de las Familias y recordar los 40 años de la visita histórica de San Juan Pablo II a Cuenca. Como los primeros discípulos, nos congregamos para orar junto a la Virgen María, que se hizo presente en una de las advocaciones más queridas por nuestro pueblo: la Virgen de El Cisne.
El 31 de enero de 1985, San Juan Pablo II, dirigiéndose a las familias, pronuncio un hermoso discurso que quedó grabado para siempre en nuestros corazones:
“Hoy deseamos entrar en la interioridad de este pueblo, que vive en vuestra patria. Esta interioridad se forma mediante la familia. Esta es la sociedad humana fundamental, y al mismo tiempo la célula más pequeña de cada sociedad, de cada nación. Ella ha sido definida también como la iglesia doméstica”. Para descubrir y valorar la espiritualidad que anima al pueblo cuencano, debemos conocer a las familias, sus vivencias, necesidades, alegrías y tristezas. La fe que se imparte y practica en la familia es la que luego se proyecta en la sociedad. Una piedad popular rica en tradiciones religiosas, gestos de fraternidad y solidaridad.
“Esta iglesia doméstica nace del preciso designio de Dios, que no es otra cosa que un designio de amor. La unión del hombre y de la mujer en el sacramento del matrimonio, que da comienzo a cada familia cristiana, arranca precisamente de aquí. El don preciosísimo de los hijos es la expresión más elevada de esta donación recíproca, fundada sobre la donación de Dios a la humanidad y de Cristo a la Iglesia”.
Nos recordó también el Papa, en aquella ocasión, los diversos elementos de la espiritualidad de la familia. Piedad que no se demuestra solamente rezando y practicando algunas devociones. Entre los elementos característicos destacó:
— el amor recíproco: “por encima de todo está el amor, que es ceñidor de la unidad consumada”;
— el respeto: entre los esposos, de los padres a los hijos, de los hijos a los padres: “como conviene en el Señor”;
— la comprensión mutua: “sobrellevaos mutuamente y perdonaos… el Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo”;
— la delicadeza del verdadero amor: “sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión”.
Recordando las palabras del Papa que defendió con valentía la vida y la familia, ¿qué le podemos pedir a Jesús por María para fortalecer la unidad en nuestras familias?: “Señor, que no falte el vino nuevo del amor, la comprensión, la fidelidad, la paciencia, el respeto y la fe. Que nuestros padres tengan la necesaria sabiduría para educar a sus hijos en valores y virtudes”.
Si hoy no sembramos en el corazón de nuestros hijos las semillas de la fe y del amor, terminarán siendo devorados por el mundo de las drogas, por la violencia y la sociedad de consumo.
