Al iniciar el año, invocamos a la Virgen María, Madre de Dios y madre nuestra. También celebramos la Jornada Mundial de la Paz, una iniciativa que comenzó en 1968 gracias a San Pablo VI, con el fin de promover este don del Espíritu Santo en una sociedad caracterizada por la violencia y la inseguridad.
Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz es el tema elegido para este año. El Papa Francisco nos invita a mirar, con un corazón lleno de esperanza, los múltiples retos que ponen a dura prueba la supervivencia de la humanidad y de la Creación. Para ello es necesario confiar en la misericordia de Dios. Confesándonos ante Él como deudores, redescubrimos que todos somos hijos del Padre y, por lo tanto, hermanos y hermanas, unidos en la senda de la paz.
El Año Jubilar nos invita a emprender diversos cambios para afrontar la actual condición de injusticia y desigualdad, recordándonos que los bienes de la tierra no están destinados solo a algunos privilegiados, sino a todos. Cuando falta la gratitud, el hombre deja de reconocer los dones de Dios. Sin embargo, el Señor, en su misericordia infinita, no abandona a los pecadores; confirma más bien el don de la vida con el perdón de la salvación, ofrecido a todos mediante Jesucristo. Por eso, enseñándonos el “Padre nuestro”, Jesús nos invita a decir: Perdona nuestras ofensas (Mt 6,12).
Cuando una persona ignora el propio vínculo con el Padre, comienza a albergar la idea de que las relaciones con los demás pueden ser gobernadas por una lógica de explotación, donde el más fuerte pretende tener el derecho de abusar del más débil. Como las élites en el tiempo de Jesús, que se aprovechaban de los sufrimientos de los más pobres, así hoy, en la aldea global interconectada, el sistema internacional, si no se alimenta de lógicas de solidaridad y de interdependencia, genera injusticias y corrupción, que golpean a los países más pobres.
El Papa Francisco sugiere tres acciones que pueden devolver la dignidad a la vida de poblaciones enteras y ponerlas de nuevo en el camino de la esperanza: 1) Hace un llamado a pensar en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones. 2) Pide un compromiso firme para promover el respeto de la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, para que toda persona pueda amar la propia vida y mirar al futuro con esperanza, deseando el desarrollo y la felicidad para sí misma y para sus propios hijos. Sin esperanza en la vida, es difícil que surja en el corazón de los más jóvenes el deseo de generar otras vidas. 3) Nos llama a utilizar al menos un porcentaje fijo del dinero empleado en los armamentos para la constitución de un Fondo Mundial que elimine definitivamente el hambre y facilite en los países más pobres actividades educativas.
Hagamos realidad estas acciones y aprendamos a perdonar, así como el Padre misericordioso nos perdona siempre. Comprometámonos en la defensa y cuidado de la vida humana. Dejemos en el pasado nuestra indiferencia para que afloren la ternura y la compasión ante el sufrimiento del hermano.
