“Cuando los fariseos supieron que Jesús había hecho callar a los saduceos, se juntaron en torno a él. Uno de ellos, que era maestro de la Ley, trató de ponerlo a prueba con esta pregunta: ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?’. Jesús le dijo: ‘Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran mandamiento, el primero. Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos’”. (Mt. 22, 34-40)
Solo Dios puede llenar los profundos vacíos que existen en nuestra vida. Existen estos vacíos debido a la falta de oración y a la ausencia de caridad con el prójimo. Cuando olvidamos a Dios y el egoísmo nos domina, caemos en un profundo abismo existencial.
Orar con el Evangelio nos ayuda a escuchar atentamente la voz de Dios y a custodiarla en el corazón. La Palabra recibida, como la semilla que cae en buena tierra, dará como fruto la caridad con el hermano. Así descubrimos sus necesidades y veremos que nuestro prójimo necesita cercanía, afecto y respeto.
Oración y caridad son dos ejercicios que podemos realizar en este año que nos regala el Señor. No dejemos pasar un día sin escuchar a Dios y dejar que interpele e ilumine nuestra vida. Él nos ayudará a enderezar nuestro camino y a limpiar la maleza de envidia, orgullo y arrogancia que lo cubre.
Que no falte en cada día del año el ejercicio de la misericordia con los demás. Una sonrisa, una palabra amable, el perdón de corazón, la lucha contra el resentimiento, la aceptación del otro y la sinceridad en las palabras y obras. Esto es caridad, es poner en práctica el mandamiento del amor.
Para sostenernos en el camino y vivir la caridad el Señor nos alimenta continuamente con su Palabra y la Eucaristía, lugar de encuentro y comunión con Dios y el prójimo, espacio donde la familia descubre su misión como escuela de vida y amor.
La oración familiar nos lleva a comprender que el hogar es el primer ámbito de evangelización, donde la Palabra de Dios entra en el corazón de los hijos. Palabra repetida por los padres en todo momento junto al constante testimonio de amor entre ambos. Así todos descubren la presencia de Dios en la vida ordinaria.
Si el centro de la familia lo ocupa Dios, será más fácil descubrir al hermano carente de afecto y comprensión. Ya no nos justificaremos diciendo que no lo podemos socorrer porque estamos llenos de tareas personales, no esperaremos que otros actúen por nosotros, ni reclamaremos a Dios para que haga el milagro de curar las heridas y dar de comer al hambriento, dejando a un lado nuestro compromiso. La luz de la fe nos iluminará y el Señor nos dará un corazón de carne para compadecernos del hermano solo y desamparado.
¡Cuántas cosas cambian cuando dejamos que Dios camine a nuestro lado! La oración se hace caridad y misericordia.
