“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn. 1,14).
“Jesús recién nacido no habla, pero es la eterna Palabra del Padre. El pesebre es para nosotros una cátedra. Estos días debemos entender las enseñanzas que Jesús nos da desde la infancia” (San Juan Pablo II). ¿Qué nos enseña el Niño Jesús?
Nace pobre, y nos enseña que la felicidad no se encuentra en la abundancia de bienes. El tener no llena el corazón de verdadera alegría. Hemos visto que los más ricos son los más tristes y amargados, porque no son capaces de compartir con el hermano.
Jesús viene al mundo sin ostentación, y nos invita a ser humildes, a no depender del aplauso de los hombres. La pobreza de Belén y de Nazaret nos dicen que Dios está en la sencillez, no en las grandezas de los que se creen gigantes y todopoderosos, olvidando que son ídolos de barro. Nace en la humildad para que podamos acercarnos a Él sin temor. Es el Dios cercano, que comparte nuestra pobreza y sufrimientos, es verdaderamente “Enmanuel”: Dios con nosotros.
Nace de María para enseñarnos que sin un corazón puro no podemos encontrar a Dios. Nace de una mujer para que aprendamos a valorar y respetar a nuestras madres, esposas, hijas y hermanas, para que descubramos en toda mujer la ternura de Dios que nos cobija. Jesús elije a José como padre para recordarnos la importancia del padre en toda familia, para decirnos que el trabajo hecho con amor siempre es agradable a los ojos de Dios.
Se revela a los pastores para que no olvidemos que Dios prefiere los pobres y humildes. Al portal de Belén llegaron los más desposeídos, no Herodes y su corte. Para adorar a Jesús Niño hay que abajarse, como lo hacemos cuando nos inclinamos para abrazar a un pequeño.
En Navidad Él nos llama a todos, nos espera, para darnos la verdadera luz, aquella que le falta a este mundo que vive en las tinieblas de la dura crisis vivida, producto de la pandemia, con la perdida de millones de vidas humanas.
Contemplemos en silencio la primera Navidad en el pesebre de nuestros hogares, hagamos de este lugar el altar familiar donde Jesús nos habla al corazón. Dejémonos sorprender por el Hijo de Dios. Asimilemos la capacidad de María y José para aceptar los continuos cambios de planes que Dios pone en nuestro camino y, con ellos, dejemos que la Navidad nos llene de esperanza, porque la presencia de Dios es una ayuda para seguir en camino a pesar de las dificultades.
La sencillez de la familia de Nazaret y su fortaleza nos llevan a poner la mirada en los pobres y pequeños. Dejemos la costumbre de ver a Dios, en primer lugar, en los ambientes poderosos y apantalladores, no nos acostumbremos a verlo en acontecimientos raros y estrepitosos, estos pueden ser una mera y cómoda distracción que nos incapacita para ver a Dios humilde en la vida de la gente sencilla. Evitemos entrar en el camino que nos marca el mundo consumista, tomemos la actitud humilde de los pastores que se dejan guiar por la estrella de la fe hasta el misterio del Verbo Encarnado.
La difícil situación que la pandemia nos impone no puede desanimarnos, al contrario, nos impulsa a vivir nuestra Navidad con mayor sobriedad, atención respetuosa a los necesitados y en oración junto a nuestras familias.
