La historia no puede ser interpretada con hermenéuticas anacrónicas sino desde la óptica de su época.
En 2017 el Papa Francisco hizo la presentación del libro “MEMORIA, CORAJE Y ESPERANZA, a la luz del Bicentenario de la Independencia del América Latina”, obra del Doctor Guzmán Carriquiry, Vicepresidente de la Comisión Pontificia para América Latina. En el escrito el Pontífice recordó algunos criterios que no podemos olvidar para celebrar como cristianos y buenos ciudadanos este acontecimiento. En este artículo deseo comentarlos:
Celebrar el Bicentenario no es solo cuestión de fechas. No basta la reseña histórica, las declaraciones retoricas e ideológicas, los espectáculos y las promesas de obras que nunca vendrán. La independencia de los países latinoamericanos no fue un hecho puntual que se dio en un momento sino un camino, con escollos y retrocesos, que aun ahora hay que seguir recorriendo en medio de conatos de nuevas formas de colonialismo.
Los hechos históricos no pueden ser primariamente comprendidos con hermenéuticas anacrónicas. Los hechos han de ser evaluados y comprendidos desde la óptica de la época en que sucedieron, así evitaremos leyendas negras que desvirtúan la realidad.
Entre los acontecimientos fundantes de Latinoamérica están la emancipación política de sus países, así como, en nuestros orígenes, la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, la epopeya misionera, con sus luces y sombras, y el mestizaje de nuestros pueblos, marcados por amor y dolor, muerte y esperanza.
No podemos olvidar la honda y larga crisis económica que se vive en América Latina, caracterizada por cadenas de corrupción y violencias, en la que nuestros países parecen quedar en la zozobra y en la incertidumbre, con estructuras políticas resquebrajadas, incrementándose la pobreza y la exclusión social para muchos. Al respecto, dice el documento de Aparecida (527) que nuestra Patria Grande, solo será grande, cuando lo sea para todos, y con mayor justicia y equidad.
El Bicentenario de la Independencia es una ocasión para mirar horizontes más grandes: somos el “continente de la esperanza”, no podemos volver a confiar en ideologías que han demostrado fracasos económicos y devastaciones humanas. Las manifestaciones populares son signos de pueblos cansados de las mentiras, injusticias, abusos de poder e imposición del pensamiento único.
En estas celebraciones necesitamos cultivar y debatir proyectos históricos que apunten hacia una esperanza de vida más digna para nuestras familias y pueblos. La realidad actual nos desafía a levantar utopías de una auténtica liberación integral. No podemos limitarnos a celebrar un recuento histórico e idealizar el pasado.
La celebración de los doscientos años es un impulso a seguir caminando y mirar hacia adelante, pensando en los acianos y jóvenes. Los pastores de la Iglesia somos parte activa de nuestra sociedad, no podemos, pues, refugiarnos en un clericalismo desarraigado y abstracto, y olvidar nuestra misión profética. Junto al pueblo hemos de trabajar, anunciando el Evangelio, para lograr un mundo más justo, un nuevo modelo de desarrollo respetuoso con el hombre y la creación.
