Catequista no es solamente aquel católico que transmite una doctrina, unas ideas religiosas o predica unas normas de vida. Es, ante todo, un creyente comprometido con su fe, que escucha atenta y constantemente la Palabra de Dios, para ponerla en práctica. Es aquel que da testimonio de una vida cristiana desprendida y pobre, porque ha descubierto a Jesucristo como su único tesoro: riqueza que da sentido a su vida.
El catequista no busca conservar una fe cómoda y egoísta, no se espanta ante las dificultades y contradicciones; es el discípulo que, con valentía, proclama la Palabra de Dios a tiempo y a destiempo.
Se destaca por la humildad, solo busca enaltecer a Jesús. Su misión es llevar a todos al encuentro con Él, para que lo sigan como único Maestro, Señor y Salvador. No deja de orar y encuentra a Jesús vivo en la Eucaristía y en los demás sacramentos.
El buen catequista demuestra fidelidad constante a Cristo y a la Iglesia. “Los fieles tienen derecho a recibir de quienes, por oficio o por mandato son responsables de la catequesis y de la predicación, respuestas no subjetivas, sino conformes al Magisterio constante de la Iglesia y a la fe enseñada desde siempre autorizadamente por cuantos han sido constituidos maestros y vivida de modo ejemplar por los santos” (San Juan Pablo II).
No se contenta solo con el conocimiento intelectual de Cristo y de su Evangelio. A Jesucristo hay que seguirlo como lo hicieron los Apóstoles y los santos a través de los siglos, mediante el testimonio de una vida entregada y generosa, a Él y a los hermanos. Los santos siempre han hecho presente a Jesús por medio de las obras de misericordia, así tenemos como ejemplos a San Francisco de Asís, Santa Teresa de Calcuta, Santa Narcisa de Jesús y nuestro querido Santo Hermano Miguel, Patrono de los catequistas ecuatorianos, entre otros.
Estimados catequistas, con la luz del Espíritu Santo, hagamos que el mensaje cristiano, con toda su riqueza y actualidad, impregne todos los ámbitos y niveles de cultura y de responsabilidad social, que llegue a las familias y a las periferias existenciales. El Maestro los ha llamado a ser luz del mundo y sal de la tierra. No olvidemos que nuestra catequesis es parroquial y familiar, por eso debemos trabajar en comunión con el párroco. Y nosotros, sacerdotes, debemos tener una presencia cercana y paternal con los catequistas y catequizandos. La experiencia nos enseña que la calidad de la acción catequística depende en gran medida de la presencia pastoralmente solícita y afectuosa de los pastores.
Al celebrar el día del catequista cada 9 de febrero, expresamos nuestra gratitud y felicitación a los catequistas que trabajan en nuestra Arquidiócesis de Cuenca. Sepan ustedes que están en el corazón de Cristo y cuentan con la protección de María, nuestra Madre. Con el ejemplo y la intercesión del San Miguel Febres Cordero, vivan con pasión la misión que el Señor les ha encomendado.
