En su visita a Puerto Maldonado, en la Amazonía peruana, en el año 2018 El Papa Francisco manifestó que la región amazónica tiene un rostro plural, de una variedad infinita y de enorme riqueza biológica, cultural, espiritual. Necesitamos el conocimiento y la sabiduría de los pueblos que la habitan para poder adentrarnos, sin destruir, el tesoro que encierra esta región. Recordó la necesidad de hacer entre todos una opción sincera por la defensa de la vida, de la tierra y de las culturas: “Probablemente los pueblos amazónicos originarios nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora. La Amazonía es tierra disputada desde varios frentes: el neo-extractivismo y la fuerte presión por grandes intereses económicos que apuntan su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos agroindustriales”.
Con claridad y valentía profética denunció:
• Que la amenaza contra estos territorios viene por la perversión de ciertas políticas que promueven la «conservación» de la naturaleza, sin tener en cuenta al ser humano, a los hermanos amazónicos que habitan en ellas.
• La existencia de movimientos que, en nombre de la conservación de la selva, acaparan grandes extensiones de bosques y negocian con ellas generando situaciones de opresión a los pueblos originarios para quienes, de este modo, el territorio y los recursos naturales que hay en ellos se vuelven inaccesibles.
• Estos problemas provocan asfixia en los pueblos y migración de las nuevas generaciones ante la falta de alternativas locales.
• La necesidad de realizar esfuerzos para generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones, derechos y espiritualidad que les son propias.
• La importancia de generar un diálogo intercultural sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios. El reconocimiento y el diálogo será el mejor camino para transformar las históricas relaciones marcadas por la exclusión y la discriminación.
• Que sean los propios pueblos originarios y comunidades los guardianes de los bosques, y que los recursos que genera la conservación de los mismos se revierta en beneficio de sus familias, en la mejora de sus condiciones de vida, en la salud y educación de sus comunidades.
Con estas afirmaciones el Pontífice nos recordó que la defensa de la tierra no tiene otra finalidad que no sea la defensa de la vida, de las familias, del medio ambiente, y que junto a la contaminación ambiental está también la contaminación moral, reflejada en la trata de personas, reducidas a la esclavitud y al abuso sexual.
Ante estos pecados contra la persona y la naturaleza, la Iglesia no puede permanecer indiferente, no puede dejar de escuchar el clamor de los descartados, de los que sufren. De esta preocupación surge la opción primordial por la vida de los más indefensos. Respuesta de la Iglesia ante el clamor del pueblo amazónico será la celebración del Sínodo para la Amazonía, en octubre del presente año.
