En la fiesta del Corpus Christi y el famoso Septenario Eucarístico, vividos con profunda devoción y alegría en nuestra ciudad, nos reunimos alrededor del Señor para estar juntos en su presencia. Él nos congrega para hablarnos al corazón y alimentarnos con su Cuerpo y Sangre, como lo hizo el Jueves Santo con los apóstoles.
Nos reunimos para caminar con el Señor personas de diferentes edades, sexo, condición social, ideas políticas. Todos nos sentimos una solo familia, congregada en la fe y el verdadero amor. No es un grupo selecto el que se reúne, no son los puros, es todo el pueblo de Dios: justos y pecadores. Ante Jesús estamos unidos más allá de nuestras diferencias de pensamiento, cultura, profesión o raza: nos convertimos en un solo cuerpo. Ante el Salvador no hay espacio para el egoísmo y las actitudes individualistas, tenemos que sentirnos hermanos para disfrutar de la presencia del Señor. El Corpus Christi nos recuerda que ser cristianos quiere decir reunirse desde todas las partes para estar ante el único Señor y ser uno en Él y con Él. (Cf. Benedicto XVI, homilía Corpus 2008)
En la tradicional procesión del Corpus, caminamos con el Señor. Somos la Iglesia peregrina que, guiada y alimentada por el Buen Pastor, se dirige hacia la meta. Pero en esta fiesta, el culto a Jesús Eucaristía es público, se hace por las calles de la ciudad; así damos testimonio de nuestra fe cristocéntrica, anunciamos, sin temor ni vergüenza, plenamente convencidos, que Cristo vive y está en medio de su pueblo.
La Eucaristía nos libera de todo abatimiento y desconsuelo, de la desidia y el anquilosamiento, quiere levantarnos para que podamos retomar el camino con la fuerza que Dios nos da a través de Jesucristo. El camino de la vida es largo y solo con este alimento podemos llegar a la meta. Cada uno puede encontrar su propio camino si se deja guiar por su amigable presencia. Sin el Dios cercano no podemos afrontar la peregrinación de nuestra existencia.
La adoración que comienza ya en la Misa y acompaña toda la procesión, culmina en el momento final de la bendición eucarística, cuando todos nos postraremos ante Aquél que se ha agachado hasta nosotros y ha dado la vida por nuestra salvación. Adorar al verdadero Dios, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra todas las idolatrías y los autoproclamados redentores del pueblo.
Lo más importante en esta fiesta religiosa no son los dulces, los fuegos pirotécnicos, las ferias o la presencia de turistas. Todos son bienvenidos a participar, pero con fe. Todos podemos trabajar, poniendo a disposición de los visitantes las destrezas de nuestras manos y la rica gastronomía cuencana, pero sin olvidar que el centro de la fiesta es Jesús, sin Él es imposible vivir el verdadero sentido del Corpus Christi, fiesta principal de Cuenca y signo de nuestra identidad.
