Jesús conoce a sus ovejas y las llama por su nombre. Esta afirmación evangélica nos llena de confianza, porque sabemos que Dios no se olvida de nosotros y siempre nos tiene presentes.
El Señor nos ve, nada hay oculto para Él. Pero su mirada no es neutra, inquisidora, fría o indiferente, porque nos mira con los ojos del corazón, con profunda ternura. No podría ser de otra manera, porque en el corazón de Jesús no hay espacio para el desprecio, el odio o el resentimiento. Dios es amor. El conoce todas nuestras necesidades, incluso las más escondidas, y conoce también nuestras miserias y debilidades, pero no para avergonzarnos o condenarnos. Dios cuando conoce ama y su amor siempre es misericordia y perdón. Es una nueva oportunidad para volver a empezar. Nos ve como contempló a tantos hombres y mujeres que encontró en el camino, y les dijo: “Vayan en paz y no vuelvan a pecar”.
Jesús ve y siente compasión de la multitud. No es una reacción emocional, buscando quedar bien, al estilo de aquellos que en determinados momentos van a zonas marginales y abrazan a los pobres, se toman unas fotos y luego aparecen como grandes benefactores. Todo queda en la campaña y la emoción del momento. La actitud de Jesús es diferente, su cercanía busca tomar de la mano al hermano para restaurarle la dignidad de hijo de Dios e incorporarlo nuevamente a la sociedad. La compasión nos lleva a involucrarnos con las personas que sufren.
Jesús, compadecido de la multitud que necesita guía y ayuda, comienza a enseñarles muchas cosas. La Buena Noticia es el mejor pan que el Señor comparte con la gente. Hoy, más que nunca, necesitamos que nos guíe e ilumine, pues son tantas las mentiras que se quieren imponer en la vida social y familiar. Ideologías de moda buscan destruir la naturaleza de la familia, la sacralidad de la vida y la esencia del amor fecundo entre el hombre y la mujer. Todos necesitamos encontrar la dirección correcta de la vida. Con Jesús podemos avanzar con seguridad y superar las pruebas.
Cada domingo, cuando participamos en la Eucaristía, el mismo Señor nos mira con amor, se compadece de nosotros y nos alimenta con su Palabra: Pan de vida. Es el alimento que fortalece el alma y nos ilumina, para caminar durante la semana como discípulos que saben compadecerse de sus hermanos.
