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Mensaje Pastoral de Monseñor Marcos Pérez, Arzobispo de Cuenca

EL BUEN SAMARITANO

EL BUEN SAMARITANO

¿Quién es mi prójimo? Es la pregunta que le hace a Jesús un conocedor de la ley judía. El Señor responde con una parábola, que pone en escena a un sacerdote, a un levita y un samaritano. Los dos primeros son figuras relacionadas con el culto del templo; el tercero es un samaritano. Los dos primeros tenían prisa, estaban más pendientes de la ley y del culto.

“Aquí la parábola nos ofrece una gran enseñanza: no es automático que quien frecuenta la casa de Dios y conoce su misericordia sepa amar al prójimo. ¡No es automático! Tú puedes conocer toda la Biblia, tú puedes conocer todas las normas litúrgicas, tú puedes conocer toda la teología, pero del conocer no es automático el amar: el amor tiene otro camino. El sacerdote y el levita ven, pero ignoran. No existe un verdadero culto si ello no se traduce en servicio al prójimo. Ante el sufrimiento de tanta gente agotada por el hambre, por la violencia y la injusticia, no podemos permanecer como espectadores. Ignorar el sufrimiento del hombre es ignorar a Dios” (Papa Francisco).

El Señor, con la parábola del buen samaritano, agranda los horizontes del amor que se había empequeñecido en el ambiente legalista de muchos judíos. El prójimo no es sólo aquél con el que tenemos alguna afinidad, sea de parentesco, raza, religión, grupo social o político, sino todo aquel que en cualquier momento o circunstancia necesita nuestra ayuda. El horizonte de nuestro amor debe ser tan amplio, capaz de abarcar a todo ser humano, hermano nuestro e hijo de Dios.

Jesús, con su vida y su entrega por nosotros, es el Buen Samaritano que ha venido a curar nuestras heridas ocasionadas por el pecado. Él es la encarnación de la misericordia divina ya que realiza los mismos gestos misericordiosos del Padre.

Esta parábola nos lleva a pensar en varios interrogantes: ¿Quién es nuestro prójimo? ¿No será aquel hermano o primo, al que consideramos la vergüenza de la familia? ¿No será aquel sacerdote que tropieza y necesita nuestra oración y sincero afecto? ¿No será también aquel vecino que nos ha ofendido, el compañero de trabajo o estudio al que no entendemos, la señora que nos atiende cada semana en el mercado, el hermano que se sienta a nuestro lado en la Misa o el que va por la calle y no comparte nuestra fe?

Y las respuestas son evidentes: prójimos son todos aquellos que, como el hombre de la parábola, han sido despojados de su dignidad, de su trabajo, de su libertad y esperan un buen samaritano que los socorra. Son todos aquellos que esperan ver en nosotros actos de misericordia.

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