La renovación supone libertad y creatividad, diálogo y colaboración fraterna, docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo para que actúe y nos transforme. Implica apostar por la formación integral de nuevos agentes laicos de evangelización, aceptar el carisma de nuevos movimientos, aunque a veces nos resulten molestos, alentar formas de evangelización popular, una catequesis abierta a todos, reconocer la grandeza y eficacia de la piedad del pueblo.
La renovación misionera de muestra Arquidiócesis implica mejorar nuestra predicación y anuncio de la Buena Nueva, fortalecer la catequesis, la formación de los catequistas, la cercanía con los grupos parroquiales. No busquemos transmitir de golpe toda la doctrina católica y esperar resultados automáticos, el anuncio tiene que provocar el encuentro con Jesucristo, en un proceso formativo que poco a poco lleva al conocimiento y vivencia de la fe.
A veces no usamos una buena pedagogía y somos poco tolerantes con las miserias de las personas, olvidando que Jesús vino por los pecadores y que la Iglesia es madre de todos, no jueza implacable, casa de puertas cerradas. “La Iglesia misionera no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino” (Exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium, 45).
La conversión de los pastores es fundamental en la renovación de la Iglesia. Tenemos que reconocer que muchas veces hemos perdido la dimensión trascendente de nuestra entrega, convirtiéndonos en una especie de profesionales, funcionarios, especialistas en planificar acciones pastorales. Al buen pastor tiene que cuestionarlo y estimularlo la fe de la gente, el dolor del pueblo y sus necesidades. No podemos ser padres indiferentes ante el clamor de los hijos. Esta situación que se hace evidente a cada momento, nos lleva a orientar nuestra vida, a servir generosamente a la gente, amando y aumentando los gestos paternales con entrega y paciencia.
Cuando nos identificamos plenamente con la misión que nos ha sido confiada desaparecen las mezquindades, los tiempos personales y necesidades privadas. Somos totalmente de Dios y al servicio de los hermanos. Las actitudes de Jesús serán entonces también las nuestras, y las comunidades enteras se volverán más misioneras. Esta es la conversión pastoral a la que aspiramos, que envuelva toda la Arquidiócesis: presbiterio, parroquias, movimientos, consagrados. Descubrimos que la reforma va desde los horarios, métodos, encuentros, lugares de celebración de la Eucaristía, Cáritas parroquial, catequesis, pastoral vocacional, familiar, juvenil.
