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Mensaje Pastoral de Monseñor Marcos Pérez, Arzobispo de Cuenca

MISERICORDIA Y ENFERMEDAD

MISERICORDIA Y ENFERMEDAD

El descubrimiento del SIDA sacudió todos los estratos de nuestro mundo familiar, social y cultural. Muchos aún consideran esta enfermedad como si fuera un castigo de Dios al “pecado”. Pero está demostrado que no son sólo las relaciones sexuales, sino también una transfusión de sangre o una aguja infectada que pueden propagar el virus. El riesgo de contagio puede afectar a cualquier mortal, incluso a los niños inocentes.

En estas circunstancias, vuelve a resonar la pregunta de los Apóstoles a Jesús: "¿Quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: Ni el pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios" (Jn 9, 2-3).

Dios deshace la relación entre pecado y enfermedad. Más aún, Jesús encuentra en la enfermedad la posibilidad de la gracia y de la misericordia. Es lo que ocurría con la lepra. El leproso, además de enfermo, era un marginado de la sociedad. "El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza e irá gritando: ¡Impuro, impuro! …; y fuera del campamento tendrá su morada". (Lv 13, 45-46)

Abrahán nos descubre el corazón misericordioso de Dios, cuando en su diálogo dice: "¿Vas a borrar al justo con el malvado? ¿No perdonarás aquel lugar por los 10 justos que hubiere dentro? … Dijo Yahveh: Perdonaré a todo el lugar por amor de aquellos diez". (Gn 18, 23-26)

Los profetas de Israel insistirán en la responsabilidad personal. "En aquellos días no dirán más: Los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren la dentera; sino que cada uno por su culpa morirá: quien quiera que coma el agraz tendrá la dentera". (Jr 31, 29-30).

Todos somos pecadores. "Si decimos: No tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (Jn 1, 8). Por ello, ninguno tiene derecho de condenar a nadie. Lo propio es seguir la práctica de Dios, la misericordia.

Dios fue más misericordioso que Abrahán. El patriarca creyó correcta la proporción de diez justos por todos los habitantes de Sodoma y Gomorra, Dios estableció una proporción inmensamente superior: toda la humanidad por uno solo (Cristo).

La enfermedad, por tanto, no es un castigo por el pecado de uno mismo ni por el de los otros. Hay tantas personas santas que padecen enfermedades horribles. Los sanos también somos pecadores; si no ¿dónde está la misericordia?

Cuando veas a un enfermo, no te apresures a condenarlo. Tiéndele tu mano; no hay duda de que es Cristo: "Cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron" (Mt 25,40). El día que llegues a experimentar la enfermedad, no te faltará el corazón misericordioso que mitigue tu dolor.

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