El tiempo de Cuaresma y la Semana Santa constituyen la celebración del camino de la cruz que tiene como meta la resurrección del Señor, centro del año litúrgico. Es una llamada a prepararnos seriamente por medio de la conversión para conformar nuestra vida con Cristo, rostro de la misericordia del Padre.
“Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención” (P. Francisco, Mensaje de Cuaresma 2019).
La auténtica conversión nos lleva a manifestarnos como verdaderos hijos de Dios. Cuando el amor de Cristo inunda el corazón y no hay espacio para el egoísmo, el discípulo alaba a Dios con la oración, la contemplación, la vida y el arte. Esto queremos hacer, como creyentes, en estos cuarenta días de camino cuaresmal: Intensificar la oración personal y comunitaria, pero que sea una oración que brote de nuestro interior y se convierta en diálogo confiado con Aquel que siempre nos escucha y entiende.
Contemplar a Jesús presente en lo alto de la cruz para redimirnos. Contemplación de Dios presente en el prójimo y en las maravillas de la creación. Así experimentaremos la alegría de los santos que, como Francisco de Asís, cantaban a la creación, o como Santa Teresa de Calcuta que descubría a Dios en los más pobres y despreciados del mundo.
El arte es también un excelente medio para alabar a Dios, pues son muchísimas las poseías, los cánticos, pinturas y esculturas que nos hablan de la belleza de Dios. Admirando nuestras bellas iglesias, auténticas obras de arte, nuestro espíritu se eleva al cielo. Sus puntiagudas torres son signos de nuestras oraciones que diariamente suben al cielo y las enormes cúpulas nos recuerdan la gracia de Dios que baja como la lluvia sobre el pueblo santo.
Descubrimos entonces que todo lo que nos rodea nos habla de Dios y nos lleva a Dios. Acercándonos a Dios, seguramente nos encontraremos con nuestros hermanos. Viendo la Cuaresma como vía de conversión, podemos desde ahora organizar muy bien estos días de gracia con un buen itinerario de fe, siguiendo los pasos del Redentor hasta la meta de la liberación pascual.
De tal manera que todos debemos ser parte de esta conversión espiritual y personal, cuando hablamos de todos; me refiero, también a nuestros abuelitos, padres, hijos y más personas que conviven a diario junto a nosotros en el hogar, el trabajo, en el barrio y en la sociedad en general.
