En el Ecuador y en el mundo entero existen numerosas advocaciones en honor a nuestra Madre del Cielo. Por ejemplo, el 8 de septiembre la Iglesia Católica celebra la fiesta de la Natividad de la Virgen María. Eso trae a mi memoria que un río de devotos azuayos invade la ciudad de Loja, peregrinando en honor a la Virgen de El Cisne. Son familias enteras que acuden a la Madre porque sienten en ella consuelo y protección. Y no se equivocan, porque María los mira siempre con ojos de misericordia y acoge sus peticiones para presentarlas ante su Hijo.
En la preciosa imagen de la Virgen de El Cisne encontramos a una Madre coronada. Muchos se preguntarán por qué, si ella es la más humilde y sencilla de las criaturas. Su imagen coronada nos dice que para los discípulos de Jesús servir es reinar. Es un recurso pedagógico que nos recuerda las palabras del Maestro: “El primero entre ustedes, que sea el servidor de todos”. “Quien quiera ser grande, que se haga pequeño como un niño”. Contemplando a María coronada, descubrimos nuestra misión y volvemos al seno familiar con el propósito de servir con alegría a los demás.
Cuando vayamos al Cisne o a otro santuario mariano, recordemos también que María esta siempre dispuesta a acogernos en su regazo maternal para ofrecernos la ternura de Dios, la fuerza irresistible de su dulzura y misericordia. Tantos hombres y mujeres, solos y desamparados, buscan en María un hogar acogedor, una mirada limpia para descubrir las necesidades de la gente, para ver a Cristo en los demás.
Ella sabe acoger todas las cosas que le presentamos: la vida de la Iglesia y los grandes escándalos que hoy la afligen; las dificultades de las familias y su lucha por permanecer fieles al amor verdadero en una sociedad donde prima el egoísmo y la violencia; el esfuerzo de aquellos que defienden la vida y la naturaleza como regalos recibidos de Dios; la oración de la madre por el hijo que ha caído en las garras de la pereza, la impureza y las drogas; la plegaria del padre que pide, con desesperación, un trabajo para que su familia viva con dignidad; el esfuerzo del joven y la sonrisa inocente del niño; la petición del sacerdote, que busca consuelo y protección en la Madre de los Apóstoles, porque siente, también como ellos, el peso de la debilidad y la avalancha de las calumnias e incomprensiones.
María siempre nos mira con atención, se involucra en nuestra vida. Es una madre que no se distrae en otras cosas, pues siempre está pendiente de lo que nos hace falta, para decirle a Jesús: “Hijo, no les queda vino”.
Ella nos ve y nos quiere como somos. Mirémosla también con atención y sin temores. Dice el Papa Francisco, que por los ojos de nuestra Madre se entra a su corazón, de donde nos vienen las gracias de la audacia evangelizadora y el fervor apostólico.
