En noviembre la Iglesia nos invita a recordar a los fieles difuntos, a dirigir nuestra mirada hacia quienes nos han precedido y ya han concluido su paso por la tierra. Según los principios que hemos recibido de nuestros padres, y de acuerdo con nuestra convicción cristiana, muchos acudimos al cementerio para rezar por los familiares y amigos que ya murieron, así les expresamos nuestro afecto y gratitud.
Ante la realidad de la muerte, muchas veces indescriptible desde el punto de vista humano, buscamos una respuesta que nos llene de esperanza. Nunca nos hemos resignado a creer que más allá de la muerte no existe nada. Surge el temor a la muerte porque cuando nos encontramos al final de la existencia, existe la percepción de que hay un juicio sobre nuestras acciones, sobre cómo hemos llevado nuestra vida.
Si reducimos nuestra existencia solamente a la dimensión material, toda la vida pierde sentido. Para un cristiano, para un bautizado, la muerte no es el final: es el paso hacia la vida verdadera. Necesitamos de la eternidad, buscamos un Amor que supera las cosas pasajeras. Nuestra vida tiene sentido si existe Dios. El Dios cercano, que ha querido habitar entre nosotros para decirnos que, si creemos en Él, tendremos vida eterna.
El Viernes Santo, en los últimos instantes de su vida, Jesús se dirige desde la cruz al buen ladrón y le promete el Paraíso. Pensemos en el Maestro que nos invita a la confianza, porque nos tiene preparada una morada en la casa del Padre. Recordemos que Dios nos ha amado tanto, que envió a su Hijo Unigénito, para que todos tengamos vida eterna. Al orar con afecto por nuestros difuntos, al venerar con cariño su memoria y recordar sus sabios consejos y sus buenas obras, renovemos con valor nuestra fe en la vida eterna y hagamos el compromiso de amar intensamente esta tierra que el Señor nos ha dado para que la cuidemos, haciendo de nuestro trabajo diario un camino para llegar al cielo.
Con profunda gratitud elevemos nuestras oraciones por todos quienes ya no están en este mundo, y de manera particular, por los familiares y amigos que ya descansan en el Señor. Ellos cumplieron su misión y fueron nuestro apoyo, sus detalles de amor jamás serán olvidados porque fueron el abrazo afectuoso y sincero de Dios que nunca nos abandona, y que se hizo presente, por medio de ellos, en los momentos más difíciles de nuestra vida.
Tenemos tantas cosas que agradecerle a nuestro Padre Dios, pero de manera especial, en esta conmemoración en honor a nuestros fieles difuntos, con la sinceridad que brota de nuestro corazón, queremos decirte, gracias, Señor, por la vida. Gracias por nuestras queridas familias, por nuestros padres y hermanos que aún nos acompañan. Gracias por los que partieron y nos enseñaron a amarte a Ti y al prójimo, según los mandamientos más importantes que Tú nos dejaste, como aquella sin igual herencia de tu mano generosa.


















































