El Evangelio de San Mateo (20,20-28) nos cuenta que, en cierta ocasión, una madre le pidió a Jesús que sus hijos, Santiago y Juan, sean colocados a la derecha e izquierda en su Reino. Los demás Apóstoles se molestaron ante esta insólita petición. El Señor en cambio aprovecha el momento para formarlos y enseñarles en qué consiste la verdadera grandeza: “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que sirve, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos”. Los criterios del Maestro son muy distintos a los nuestros. Llenos de ambiciones humanas buscamos el poder, la grandeza, queremos siempre figurar. Los apóstoles entendieron muy bien el mensaje del Señor y, siguiendo su ejemplo, llenos del Espíritu Santo, se fueron por el mundo a anunciar la Buena Nueva y a servir a los pobres.
Jesús nos da también hoy a nosotros una lección de paciencia, libertad y corrección fraterna. Ante una persona difícil y ambiciosa, que con insistencia nos pide algo, ante aquellos que ponen a prueba nuestra paciencia, es muy fácil dejarse llevar por los impulsos y enojarse. Olvidamos que es más importante escuchar y buscar entender a aquel que nos habla.
Jesús actúa con plena libertad, no se deja manipular por aquella persona que, abusando de su confianza, le pide actuar a favor de sus hijos. Sabe que lo más importante no es cumplir los caprichos de los amigos, sino es hacer la voluntad de Dios. ¿Cuántas veces nosotros, para quedar bien ante los demás, terminamos haciendo cosas negativas? No nos importa la verdad sino crecer en popularidad y que nos aplaudan por las famosas redes sociales. Para nosotros es tan importante cuidar la imagen, lo políticamente correcto, por eso sucumbimos ante las amenazas y chantajes, renunciando a nuestros principios y valores cristianos.
El Señor sabe corregir en el momento oportuno. Sin descuidar la caridad y el respeto que merece toda persona, les dice a sus discípulos la verdad y no los engaña, les explica por qué no es posible hacer lo que ellos piden. No los humilla, los corrige con amor fraterno. Así espera Jesús que actuemos también nosotros ante nuestros hijos, familiares o amigos. Si queremos tener buenas relaciones, sanas y transparentes, hemos de buscar el bien de los demás, actuar con paciencia, saber escuchar, no dejarnos manipular y corregir en el momento oportuno, sin ofender.
Este es el camino para llegar al Reino de los cielos: el servicio humilde y sencillo, la capacidad para escuchar como lo hacía Jesús. Debemos aprender de los Apóstoles a dar testimonio de Cristo en una sociedad que vive de espaldas a Dios y no es compasiva con los débiles. No estamos en la comunidad para ser servidos, sino para servir.
