“Oh Dios, que por la Inmaculada Concepción de la Virgen María, preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo, la preservaste de todo pecado, concédenos por su intercesión, llegar a Ti, limpios de todas nuestras culpas”.
El día de ayer, 8 de diciembre, hemos celebrado la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. En este tiempo de Adviento, que nos prepara a la celebración de la Navidad, dirijamos nuestra mirada a María, nuestra madre, y dejémonos contemplar por ella con sus ojos misericordiosos.
María, como buena madre, nos ayuda a crecer en la fe, a ser fuertes y a no ceder en las tentaciones del mundo, nos enseña a ser responsables y generosos, a servir con sincera alegría a quienes nos necesitan. Ella está cerca de nosotros para que nunca perdamos la esperanza ante las contrariedades de la vida. El Señor nos ha puesto en las manos de María para que nos sostenga en nuestro camino y podamos tomar decisiones con plena libertad.
Miremos también a la Iglesia, morada del Dios vivo. Ella también es madre porque engendra hijos en la fe y nos alimenta con los sacramentos. La iglesia es casa de Dios y no museo.
La maternidad de María y su cercanía nos recuerdan la importancia de las madres en el mundo. La ternura maternal no es un mero sentimiento. Amar a nuestras madres y amar la vida.
María, Madre de Dios, nos habla del valor de la maternidad y del cuidado de los hijos, que no son ningún obstáculo para la realización de la mujer y el desarrollo de su personalidad. Ante la confusión social sobre el rol actual de la mujer, María es la respuesta de Dios, es el gran signo para la mujer y su plena realización.
Terminemos el año leyendo y meditando el Evangelio con María, con la fe que la caracterizó. Diciendo SÍ al plan que Dios nos propone, con plena confianza. Dejemos que María nos lleve de la mano al encuentro con Dios.
En la escuela de María, nosotros sus hijos aprendemos a conocer profundamente a Jesús y a entablar una íntima relación con él, descubrimos la confianza que debe caracterizar nuestra amistad con Dios, la importancia de la oración, el trabajo, el silencio y la entrega a nuestros hermanos.
Ella y san José vivieron la primera Navidad, la mejor Navidad. Pidámosle que nos enseñen a acoger a Jesús en nuestros corazones y en la vida de cada día.


















































