“Las grandes ciudades, donde surgen nuevas costumbres y modelos de vida, nuevas formas de cultura, que luego influyen sobre la población, son lugares privilegiados para la misión. La Iglesia necesita estar en diálogo permanente con la realidad urbana, que exige respuestas diferentes y creativas. Para esto, es necesario que los sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos de los diferentes ministerios, movimientos, comunidades y grupos de una misma ciudad o diócesis, estén cada vez más unidos en la realización de una acción misionera conjunta, inteligente, capaz de unir fuerzas. La misión urbana sólo avanzará mientras haya una gran comunión entre los trabajadores de la viña del Señor, porque, frente a la complejidad de la ciudad, la acción pastoral individual y aislada pierde eficacia” (Sínodo para la Amazonía, Instrumentum Laboris, n.130).
Uno de los desafíos para la evangelización del mundo de hoy son las grandes ciudades, donde se concentran millones de personas, culturas diversas, clases sociales demarcadas, situaciones de pobreza extrema, violencia e injusticia, desconocimiento de la fe. No podemos hacerle frente a esta realidad con trabajos aislados o esporádicos, ni con recetas de épocas pasadas. Necesitamos unión entre todos para que la misión sea efectiva. El testimonio de comunión fraterna es necesario para que el mundo crea.
En nuestra Arquidiócesis hemos elaborado un Plan Pastoral para los próximos diez años, que incluye el aporte misionero de todos, especialmente de los laicos: movimientos, catequistas, comunidades eclesiales, jóvenes, familias. Se nos invita a compartir la fe que gratuitamente hemos recibido. Todos tenemos algo para dar con alegría a los demás: nuestro testimonio de sentirnos amados por Dios.
En la evangelización urbana no podemos descartar a nadie, no podemos olvidarnos de los indígenas. Ellos en la ciudad son migrantes, han dejado su tierra, sus costumbres, su familia, buscando un trabajo digno. A veces nadie se preocupa de ellos y las autoridades eluden su responsabilidad. En Cuenca iniciamos hace tres años, con la ayuda eficaz de las religiosas Lauritas, una pastoral indígena urbana que busca su formación humana y cristiana, la atención a las familias, el rescate de sus costumbres, tradiciones, su lengua y la organización comunitaria. Con el trabajo de las religiosas y de algunos sacerdotes que han abierto sus parroquias al mundo intercultural, esperamos llegar a la población indígena, tantas veces invisibilizada. Así, al integrarlos en las parroquias, se convertirán en protagonistas de la misión.
Para fortalecer la pastoral urbana es necesario promover la formación integral de los laicos, para que asuman su rol protagónico en la sociedad, siendo luz en el mundo de la cultura, la política, la educación, los medios de comunicación, la familia, entre otros. Una Iglesia misionera también sabe escuchar el clamor de los pobres, sale de sus espacios de confort y se acerca a las periferias existenciales, dando especial atención a los jóvenes. No solo predica la defensa de la vida, sino que se compromete con las familias pobres, las mujeres abandonadas, los niños y ancianos.


















































