El documento de Aparecida destaca muy bien estas características del alma de nuestro pueblo latinoamericano, del que forma parte el Ecuador, señalando -además- el amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del perdón y de la reconciliación, el Dios cercano a los pobres y a los que sufren. Religiosidad expresada también en la devoción a los santos, el amor al Papa, el sincero afecto a los pastores y el amor a la Iglesia (Cf. Benedicto XVI, Discurso inaugural).
Reconociendo la inmensa riqueza de la piedad del pueblo, nos sentimos comprometidos a vivir nuestra fe con alegría y coherencia, a tomar conciencia de ser discípulos misioneros de Cristo, enviados por Él a dar testimonio de nuestra fe, pues no podemos hablar de que tenemos fe, si no la respaldamos con nuestro buen comportamiento, si no manifestamos la fe a través de nuestras buenas obras.
Después de 250 años de caminar como Iglesia diocesana, pues Cuenca fue la segunda diócesis de nuestro país, no podemos sentirnos cansados ni solos, porque Dios camina a nuestro lado y nos alimenta siempre con su Palabra y la Eucaristía. Con renovadas fuerzas, asumamos el compromiso de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios. Para hacerlo, no bastan las planificaciones y proyectos, la conversión personal y pastoral no es solo cuestión de normas y opciones de trabajo pastoral. A veces en diferentes documentos quedan plasmadas hermosas planificaciones que no son ejecutadas de manera adecuada. Para que los planes pastorales nos entusiasmen y se hagan realidad, hemos de optar por Jesucristo, aceptando libremente su llamada a seguirlo, imitar su ejemplo y dar buen testimonio. Con Jesucristo queremos encontrar la vida verdadera, la vida digna, la vida que queremos para todos.
La fe en Jesucristo nos libera del aislamiento y nos lleva a la comunión con el hermano. La pastoral de conjunto siempre debe partir de un concepto de comunidad que esté respaldado por una vivencia fraterna real, tanto en nuestras comunidades parroquiales como en la Iglesia arquidiocesana. Bien nos decía el Papa Benedicto XVI, que el encuentro con Dios es un encuentro con el hermano, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (Cf. Discurso inaugural Conferencia de Aparecida).
