Al acercarnos un año más a las fiestas navideñas, no podemos dejar de considerar en nuestras reflexiones el enorme potencial evangelizador que contienen las manifestaciones de piedad popular presentes en el corazón del pueblo azuayo, especialmente las relacionadas con el nacimiento y la infancia de Jesús.
El Pase del Niño concentra, de forma original, la fe, la alegría y la cultura de nuestra gente. Todo gira alrededor de una familia santa, sencilla y humilde. Para un cristiano no hay Navidad sin Jesús, María y José. Los preparativos y la fiesta: novenas, canciones, imágenes, luces, posadas, trajes multicolores, carrozas y comparsas, nos hablan de lo que la gente lleva en el corazón. Son expresiones que se entienden y valoran solo desde la fe y el amor a los pobres.
Acojamos la piedad de nuestro pueblo como un tesoro de la Iglesia católica y signo de nuestra identidad. En algún tiempo fue mirada con desconfianza, pero hoy, gracias a Dios, ha sido objeto de revalorización y promoción. “La piedad popular refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer y que hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe”. (Evangelii gaudium, 123).
Contemplemos la piedad que nos legaron nuestros padres con la mirada de Jesús. Para entender esta realidad hace falta acercarse a ella con la visión del Buen Pastor, que no busca juzgar sino amar. Sólo desde la mirada afectiva que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus pobres.
Valoremos el Rosario que hoy siguen rezando nuestras madres y abuelitos, los cirios encendidos en hogares humildes invocando todos los días la protección de María y de los santos, las miradas llenas de amor a Jesús crucificado, los tiernos besos al Niño de Belén, que desde su humilde cuna sonríe al mirarnos.
Quien ama al santo pueblo fiel de Dios no puede ver estas acciones solo como una búsqueda natural de la divinidad. Son la manifestación de una auténtica vida de fe que, animada por el Espíritu Santo, se hace compromiso con el prójimo (Cf. Ídem., 125).


















































