Cuenta San Juan Apóstol, que después de escuchar el discurso del Pan de Vida, muchos discípulos quedaron confundidos y enfadados ante las duras palabras del Maestro. “Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: ¿Esto los escandaliza? El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida” (Jn. 6,60-63).
Cuando escuchamos la Palabra de Dios proclamada en la Santa Misa, el sacerdote nos recuerda que ésta es la Buena Noticia de Jesús para el mundo. Ante un mensaje tan grande, venido del mismo Dios, no podemos quedarnos indiferentes. Tiene que suscitar alguna reacción en quienes cada domingo oímos estas palabras. Jesús no impone nada, quiere que optemos libremente por el plan que nos propone. Por eso, en aquella ocasión, dijo a los Apóstoles: “¿También ustedes quieren marcharse? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn. 6,68-69).
A veces nosotros también podemos encontrar duras las enseñanzas de Jesús. Nos es difícil perdonar setenta veces siete a quienes nos ofenden o calumnian. Nos falta generosidad para acoger a los emigrantes y ver en ellos al mismo Jesús que toca nuestra puerta. Es doloroso soportar la desilusión, la traición o el rechazo de los propios hermanos. Qué duro es mantenernos firmes en nuestros principios cuando nos presentan formas de ganar dinero fácil, cometiendo actos de corrupción, robándole al pobre y necesitado. Ante la cultura de muerte y el poder del príncipe de este mundo, nos parece incómodo tener que defender los derechos de los no nacidos y la vida de los ancianos y enfermos. Llegamos a creer que es imposible nadar contra corriente. Las fuerzas humanas no dan más.
En nuestra vida de discípulos, vivimos situaciones semejantes a las planteadas en el Evangelio. ¿A quién seguimos? ¿Quién es nuestro Dios? Cuando nos abruma el peso de nuestras miserias y nos desesperamos, cuando viene la duda y la fe se debilita, entonces, mirándonos con amor, Jesús nos pregunta: ¿También ustedes quieren marcharse?
No puede vencernos el desánimo y la confusión. Tenemos que elegir entre el Dios que nos presenta Jesucristo o el dios dinero, placer, poder, sexo, soberbia, egoísmo y vanidad. No olvidemos que ninguno de estos falsos dioses tiene palabras de vida eterna. La respuesta de Pedro debe ser también la nuestra: ¿A quién vamos a ir? Solo Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que eres el Santo de Dios”. Ni la consulta con el más famoso profesional puede curar nuestras crisis de personalidad, la insatisfacción, nuestras depresiones o inquietudes religiosas. “Solo Tú, Señor, tienes palabras de vida eterna”.
