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Mensaje Pastoral de Monseñor Marcos Pérez, Arzobispo de Cuenca

NUESTROS PASTORES

NUESTROS PASTORES

En mayo, dentro de las celebraciones jubilares de la Arquidiócesis de Cuenca, recordamos con profunda alegría y gratitud a nuestros hermanos sacerdotes que celebran sus 25, 50, 60 y 70 años de ordenación presbiteral. Junto al clero y familiares de los homenajeados vivimos una Eucaristía festiva, dando gracias al Señor por el servicio pastoral de nuestros sacerdotes y obispos.

Sería ingratitud no valorar la fe, la entrega generosa y el testimonio sacerdotal de estos hermanos, tan queridos por la gente, especialmente por los fieles de los pueblos donde han trabajado. Celebrar sus años de sacerdocio es agradecer a Dios con profunda humildad, porque no somos dignos de este don. Es reconocer la misión de nuestros sacerdotes que se han mantenido firmes en la fe y hoy son estímulo para nosotros.

Presentarlos como modelo para los jóvenes es la mejor pastoral vocacional, esa que se hace con ejemplos vivos y no con teorías. Hablando de ellos podemos decir a los vocacionados cómo se forma un sacerdote, cómo vive, trabaja y se entrega a un ministerio feliz y fecundo.

Los ministros que llevan años sirviendo al pueblo saben que tienen que hacer realidad el proyecto de Dios y no su propio plan. Saben que son enviados a predicar, no a sí mismos o sus ideales personales, sino el Evangelio del que son ministros para transmitirlo con fidelidad (cf. Evangelii Nuntiandi, 15).

El Papa Francisco, hablando a los sacerdotes, pronuncia palabras muy adecuadas para completar esta reflexión sobre nuestros pastores: “Los obreros para la mies no son elegidos mediante campañas publicitarias o llamadas al servicio de la generosidad, sino que son elegidos y mandados por Dios. Él es quien elige, Él es quien manda, Él es quien encomienda la misión. Por eso es importante la oración. La Iglesia no es nuestra sino de Dios; ¡y cuántas veces los consagrados pensamos que es nuestra! La convertimos… en lo que se nos ocurre. El campo a cultivar es suyo. Así pues, la misión es sobre todo gracia. La misión es gracia. Y si el apóstol es fruto de la oración, encontrará en ella la luz y la fuerza de su acción. En efecto, nuestra misión pierde su fecundidad, e incluso se apaga, en el momento en que se interrumpe la conexión con la fuente, con el Señor.

El riesgo del activismo, de confiar demasiado en las estructuras, está siempre al acecho. Si miramos a Jesús, vemos que la víspera de cada decisión y acontecimiento importante, se recogía en oración intensa y prolongada. Cultivemos la dimensión contemplativa, incluso en medio de los compromisos más urgentes y duros. Cuanto más les llame la misión a ir a las periferias existenciales, más unido ha de estar su corazón a Cristo, lleno de misericordia y de amor. ¡Aquí reside el secreto de la fecundidad pastoral, de la fecundidad de un discípulo del Señor!” (Papa Francisco, 07/07/2013).

Los pastores de hoy, siguiendo el ejemplo de nuestros mayores, debemos ser conscientes de nuestra misión: edificar la Iglesia, una familia de puertas abiertas, en salida, solidaria y acogedora.

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