Al inicio de cada año, con frecuencia, escuchamos este lema: “año nuevo, vida nueva”. Con esta u otras expresiones parecidas se indica el buen deseo y el firme propósito de mejorar muchas situaciones o aspectos no tan agradables que hemos vivido.
Pero como no es posible partir de cero, lo más sensato es mirar con calma lo que hemos vivido, valorar lo positivo, aprender de los errores cometidos y, luego, pensar en lo que podríamos soñar con mayor experiencia, sabiduría y decisión.
Desde esta perspectiva, no deberíamos calificar de “malo o bueno” el tiempo pasado. Pues lo que solemos llamar malo, como los sufrimientos, los fracasos y los cansancios, entre otros, si los asimilamos debidamente, puede transformarse en fuente inagotable de sabiduría y fortaleza. Sin adversidad, corremos el riesgo de acomodarnos y repetir viejas respuestas ante nuevos problemas.
Los sufrimientos, por ejemplo, son parte de la vida. No podemos eludirlos. Si bien debemos luchar por superarlos, pero no siempre lo logramos. Lo más práctico, en estos casos, es transformarlos en compañeros de camino, sin caer en el masoquismo.
Los fracasos, igualmente, nos pueden enseñar que las metas no estaban claras, los caminos no eran los más adecuados, los recursos no fueron suficientes o que faltó más entusiasmo y fuerza de voluntad.
El cansancio, que es parte del trabajo, debería ser visto como fruto de una actividad mediante la cual nos realizamos como personas, adquirimos el sustento diario y servimos a nuestra gente. El cansancio es una invitación a disfrutar del esfuerzo realizado y a recuperar las fuerzas para continuar adelante.
Por otra parte, si bien muchos acontecimientos naturales, sociales, políticos y económicos no dependen de nosotros; sin embargo, el modo de afrontarlos sí corresponde a cada uno de nosotros, como también el tipo de soluciones que podamos proponer y ejecutar. Pensemos, por ejemplo, en una enfermedad grave, en un problema económico, en una situación familiar aguda. La actitud más común es sentirnos derrotados de antemano. Pero también podemos afrontarla con serenidad, realismo y decisión. La serenidad nos ayuda a mirar las cosas sin dejarnos impresionar por ellas; el realismo, a no agrandarlas ni minimizarlas; y la decisión, a no posponer lo que debemos hacer.
La novedad de la fe también nos impulsa a no quedarnos llorando por un pasado, sino a aprender de este y a proyectarnos con esperanza y optimismo.
Año nuevo, vida nueva, no significa entonces un tiempo sin problemas, sino una manera distinta de afrontarlos y de buscar soluciones creativas y audaces.
